LA SALUD EN LA BIBLIA


Hace varios años pasé por diversas adversidades que me llevaron finalmente al hospital Pasé cinco días interno. Fui operado. Hubo complicaciones pero, gracias a Dios, todo salió bien.

Desde que me detectaron el problema hasta que ingresé en el hospital y aún luego de que salí de él hubieron preguntas que algunas personas me hicieron y que me han motivado a preparar esta reflexión. Preguntas como las siguientes:

¿Si Cristo ya llevó consigo nuestras enfermedades y dolencias cómo puede un creyente enfermarse?

¿La enfermedad es fruto del pecado?

¿Por qué ir al médico? ¿Por qué no acudir a Dios directamente y pedirle sanidad divina?

Trataré de responder estas preguntas.

Antes, quisiera que analicen este mensaje que pude hallar en el Internet sobre el tema de la sanidad divina.

Yo creo con todo mi corazón que la voluntad de Dios es sanarnos de todas nuestras enfermedades graves y no graves.

«El es el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades»

Salmo 103:3

Si somos consistentes en nuestras creencias, si creemos en la primera parte de este versículo, debemos creer también en la segunda.

«Amado, ruego que seas prosperado en todo así como prospera tu alma, y que tengas    buena salud.»

3 Juan 1:2

Todos sabemos que el ruego o deseo del apóstol Juan es en realidad el deseo y el ruego del Espíritu Santo. Dios quiere que tengamos salud. En este versículo podemos ver que la prosperidad de nuestra alma siempre traerá prosperidad a nuestras vidas.

El propio sentido común nos dice que la sanidad es una bendición y que la enfermedad es una maldición, por supuesto que la Biblia también enseña esto muy claramente.

Por tanto ¿Por qué los creyentes NO reciben sanidad si la sanidad está garantizada en las Escrituras? . . .

…creo que «el factor fe» es vital si queremos recibir no solamente la sanidad sino cualquier otra cosa de parte de Dios.

Hoy en día nuestras congregaciones están llenas de «hombres de poca fe», necesitamos meternos en la Palabra de Dios y abrir nuestro corazón para ver lo que enseña la Palabra de Dios.

Muchos cristianos predican en contra de la sanidad y hasta afirman que las enfermedades son una bendición de Dios, esto NO es bíblico y no debemos prestar atención a este tipo de enseñanzas.

Queridos hermanos y amigos,»Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto» (Stg. 1:17), la enfermedad NO es una buena dádiva, pero la sanidad SI es una buena dádiva.

Retomo la pregunta: ¿Por qué los creyentes no reciben la sanidad? . . . Porque no han desarrollado su fe para recibirla[1].

 

Una herejía es tal, no porque sea totalmente falsa, lo es porque es una verdad bíblica dicha a medias. Es esto exactamente lo que sucede con esta cita -un poco extensa- que hemos dado. Como se puede constatar, se cita textos bíblicos. Lo que nos dice en base a los mismos suena lógico. Sin embargo, no se considera otros textos de la Biblia en los cuales hay ciertas afirmaciones que contrapesan las aquí planteadas.

Por ejemplo en 2da de Corintios 12:7, se nos dice que Pablo pidió “en fe” sanidad para su cuerpo pero ésta le fue negada:

Y porque la grandeza de las revelaciones no me levante descomedidamente, me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera.

Por lo cual tres veces he rogado al Señor, que se quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi potencia en la flaqueza se perfecciona. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis flaquezas, porque habite en mí la potencia de Cristo.

Y en Gálatas 4:13-15, Pablo parece esclarecernos algo el problema que padecía.

Como bien saben, la primera vez que les prediqué el evangelio fue debido a una   enfermedad, y aunque ésta fue una prueba para ustedes, no me trataron con desprecio ni desdén. Al contrario, me recibieron como a un ángel de Dios, como si se tratara de Cristo   Jesús. Pues bien, ¿qué pasó con todo ese entusiasmo? Me consta que, de haberles sido posible, se habrían sacado los ojos para dármelos. (NVI)

Pablo tenía un problema de salud y las oraciones que hizo no lo liberaron de su enfermedad. Por otro lado tenemos el caso de 1ra Timoteo 5:23 donde se nos evidencia que otro líder de la Iglesia primitiva, Timoteo sufría de frencuentes enfermedades:

No sigas bebiendo sólo agua;  toma también un poco de vino a causa de tu mal de estómago      y tus frecuentes enfermedades.

¿Por qué el apóstol Pablo le recomienda tomar vino -considerado en cierto modo medicinal en esos tiempos- en lugar de orar “en fe” o de exigirle que “ore en fe” o más aún, acusarlo de hombre de poca fe?

Quizás el texto que más problemas trae a las ideas planteadas por el texto antes mencionado sea el que se halla en el texto de Job 2:7-10

Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna   desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza.

Y tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza.

Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete.

Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios.

Esta enfermedad es enviada por Satanás, sin embargo no es dada por pecado alguno que haya cometido Job. Pero quizás lo más importante sea la actitud que tiene Job. Este ejemplo de fe, deposita su confianza en Dios en medio de su enfermedad. No está poniéndole a Dios como condicionante para su fe la sanidad. Llega a decir en Job 13:15: “aunque él me matare, en él esperaré”. Completamente paradójica la actitud de Job en comparación con quienes resienten a Dios  cuando no les da la sanidad que desean.

Las palabras del texto antes mencionado pone en juego nuestra fe. Si no tenemos la fe suficiente, no seremos sanados. Es decir por nuestro pecado de incredulidad no recibimos la sanidad anhelada. Esto se parece, más que a la sabiduría bíblica, a la insensatez que Job busca refutar en sus supuestos “amigos”. Ellos lo acusan y se empecinan en decir que si se halla enfermo es debido a que se halla en pecado. Lo que es peor, empiezan a inventar pecados contra Job por los cuales ellos suponen que se halla en tan grande mal. Así Elifaz le dice a Job:

¿Acaso te castiga,

 O viene a juicio contigo, a causa de tu piedad?

            Por cierto tu malicia es grande,

             Y tus maldades no tienen fin.

            Porque sacaste prenda a tus hermanos sin causa,

             Y despojaste de sus ropas a los desnudos.

            No diste de beber agua al cansado,

             Y detuviste el pan al hambriento.

            Pero el hombre pudiente tuvo la tierra,

             Y habitó en ella el distinguido.

            A las viudas enviaste vacías,

             Y los brazos de los huérfanos fueron quebrados.

            Por tanto, hay lazos alrededor de ti,

             Y te turba espanto repentino;

Sabemos que a la final Dios le dio la razón a Job y enmudeció a todos aquellos que decía que la desgracia de Job se debía al pecado. Como vemos, antes de lanzarnos a juicios ligeros debemos analizar y meditar pausadamente lo que nos declara la Biblia.

Partamos por el Antiguo Testamento. Lo que podemos constatar allí es a) hasta los tiempos de Job la enfermedad es vista como un fruto del pecado y b) acudir a los médicos es pecado.

Un ejemplo de esto lo hallamos en el caso del rey Uzías (2da Crónicas 26:16-19)

Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso.

Y entró tras él el sacerdote Azarías, y con él ochenta sacerdotes de Jehová, varones valientes.

Y se pusieron contra el rey Uzías, y le dijeron: No te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar incienso a Jehová, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que son consagrados para    quemarlo. Sal del santuario, porque has prevaricado, y no te será para gloria delante de Jehová Dios.

Entonces Uzías, teniendo en la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira; y en su ira contra los sacerdotes, la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa de Jehová, junto al altar del incienso.

 

Como este tenemos varios ejemplos en el Antiguo Testamento. Por otro lado, el rechazo que hay hacia los médicos se puede apreciar en 2da Crónicas 16:12 donde se resiente la actitud del rey quien “enfermó gravemente de los pies, y en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos”.

Debemos hacer una breve aclaración de todo esto. Por un lado, debemos recordar que en aquellos tiempos la medicina, como la conocemos hoy, no existía. Los médicos de ese entonces eran una especie de brujos que basaban sus curaciones en invocaciones y trueques con los espíritus para traer la salud a la gente. Como pueden constatar, los “médicos” de que se nos habla en este texto -y en muchos en los que se los menciona de modo despectivo- eran una especie de magos y charlatanes.

Quizás, antes de proseguir una precisión en el lenguaje nos sea útil. Cuál es la diferencia entre la magia y la religión. Esta última busca admirar y reverenciar a los dioses -no estoy hablando del cristianismo sino de las religiones en general-. La magia por su parte busca manipular a los dioses por medio de obsequios, amenazas o conjuros. Decía que esta precisión nos podría ser útil porque -al menos yo- puedo percibir una fuerte relación de los “movimientos de fe” con la magia antes que con las religiones. Creo que así, más molesto se sentiría Dios cuando acudimos a estos charlatanes que dicen sanar en nombres de Dios en lugar de acudir a él.

Las consecuencias de acudir a estos charlatanes se pudieron apreciar en esta semana cuando en Brasil ha empezado un juicio por lavado de dinero a una de las más importantes empresas de estas “de fe”: “La Iglesia Universal del Reino de Dios”. Se calcula la fortuna de Edir Macedo, el dueño de esta Iglesia, en 3000 millones de dólares. Todo fruto de gente que se dejo llevar por charlatanes en lugar de confiar en Dios.

Ahora, la medicina, tal como la conocemos en la actualidad fue desarrollándose en Grecia varios siglos más tarde. De todos modos se hallaba en un estado muy incipiente para los tiempos de Jesús incluso. Debemos recordar que la medicina recién empieza a surgir con fuerza unos dieciséis siglos después de la muerte de Cristo. Así que para aquellos tiempos los médicos, al estilo griego, apenas sabían nociones básicas sobre lo que debía hacerse con un enfermo. De allí que fuese natural que la mujer con flujo de sangre gastase todo su dinero en médicos sin lograr nada.

De todos modos, ya en el Nuevo Testamento la visión de los médicos ya no es tan despectiva como lo era en el Antiguo. De allí que Pablo en Colosenses 4:14 llame a Lucas, médico amado.

Para Pablo, no parece tan grave acudir al médico. Es más en sus viajes misioneros, Lucas, su médico de cabecera, lo acompaña a todos lados.

Con todo, queda latente un problema. ¿La enfermedad es fruto de algún pecado personal?

En el caso de Job, Pablo y Timoteo parece que no. Jesús cuando cura dice en ciertas ocasiones tus pecados te son perdonados, como si fuese sinónimo de estas sanado. Pero en Juan 9:1-3 Jesús refuta la idea de que siempre la enfermedad se fruto de un pecado personal.

 Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento.

Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?

Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.

Nos invita el texto a la cautela frente al juicio rápido. No siempre la enfermedad es fruto del pecado personal aunque siempre es fruto del pecado.

Lucas 13:1ss nos da luz sobre esta última afirmación

 En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.

Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas,  eran más pecadores que todos los galileos?

Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.

O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran  más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?

Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.

Jesucristo nos saca de ese individualismo en el que en ocasiones nos metemos diciendo en cierto modo “este pecado es mío” y nos lleva a recordar que como humanos somos solidarios en el pecado. La enfermedad es fruto del pecado humano. Pablo lo dice así: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron[2]. La enfermedad, que es parte de la muerte, ha pasado a todos nosotros y mientras vivamos en este mundo estaremos enfrentados a la enfermedad y a la muerte. La esperanza que tenemos es que ni la enfermedad ni la muerte tienen la victoria final asegurada sobre nosotros pues Cristo ha vencido sobre ellas y sea que vivamos o que muramos del Señor somos y por ello resucitaremos.

No negamos a Dios la posibilidad de sanarnos -incluso de sanarnos milagrosamente como muchas veces lo ha hecho- lo que sí rechazamos es la arrogancia con que muchos pretenden exigir a Dios su sanidad, poniendo por delante de Dios su propia fe. La fe no tiene que ver con gritar que Dios me puede sanar. La fe tiene que ver con la confianza de que aunque ande en [ese] valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Él estará conmigo.

Para finalizar quisiera hacer referencia a ese “…así como prospera tu alma…”. Si bien la salud física es buena y debemos cuidarla, la salud del alma es mucho más importante.

Mientras estuve hospitalizado estuve leyendo un libro que quizás hoy pienso no fue muy apropiado llevar. Se trata de “Los Diálogos” de Platón. Suponía yo que saldría a mas tardar al siguiente día del hospital por lo que pensé que con ese libro bastaría. De todos modos, aprendí un par de lecciones valiosas de aquel libro.

Alcance a leer el primer diálogo denominado Gorgias. Allí se habla de la retórica. Es escrito como si se tratase de una obra de teatro. Se hallan varios filósofos hablando -entre ellos Sócrates- acerca de la retórica de su uso y utilidad. Sócrates concluye que la retórica es similar a la labor que realiza el cocinero. Este último solamente se preocupa porque sus platos sean exquisitos y apetecibles para todos. De igual modo, dice Sócrates, la retórica sólo busca de los discursos sean agradables para el público. Si pones a un cocinero y a un médico a hablar con un grupo de niños. El cocinero les dirá:

-Niños pidan lo que quieran: Tortas, pasteles, dulces, etc. Lo que ustedes deseen se los prepararé.

El médico les dirá que no deben comer tantos dulces y que es mejor comer un poco de hortalizas como la alfalfa, el apio o la espinaca.

La pregunta de Sócrates es a quién creen que oirán con más atención los niños.

Así, dice el filósofo, sucede con la retórica. Muchas veces sólo escuchamos lo que queremos escuchar y no escuchamos lo que provechoso para nosotros.

Así como sabemos que los consejos del médico son buenos para nuestra salud aunque no siempre sus recomendaciones sean agradables, así deberíamos reconocer cuando un mensaje es hecho para endulzar nuestros oídos y cuándo es hecho para mantener saludable nuestra alma.

Hoy en día, ya en la radio, ya en la televisión -incluso cristianas- aparecen mensajes que sólo dicen lo que la gente quiere oír: Sanidad inmediata, Prosperidad automática, felicidad para toda la vida, éxito, etc. No seamos como niños que se emocionan por los dulces sin darse cuenta de las terribles consecuencias que nos pueden ocasionar. Así como cuidamos de la salud del cuerpo, cuidemos también y con mucho mayor celo aún la salud de nuestra alma.


[2]    Romanos 5:12

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