MINISTERIOS EN LA IGLESIA


A continuación compartimos la primera parte de un taller para ministerios que fue dado en nuestra iglesia.

Existen dones diversos, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos. A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común.

(1Co 12:4-7 PER)

La Misión de la Iglesia

La Iglesia ha sido instaurada por Dios con el propósito de anunciar Su Reinado a las naciones y hacer discípulos de Jesucristo a su paso. Dice Mateo 28:18-20 acerca de la gran comisión:

Se acercó Jesús y les habló así: Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautícenlos para consagrárselos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a guardar todo lo que les mandé; miren que yo estoy con ustedes cada día hasta el fin del mundo.

El discípulo es aquel que observa al maestro y aprende de él. Debemos, pues, enseñar a las personas a ser imitadoras de Cristo por medio de nuestro propio ejemplo.

Pablo nos enseña en varias ocasiones lo importante de la imitación en el aprendizaje de la vida cristiana. En Efesios 5:1-2, por ejemplo, nos dice: “Imitad a Dios como hijos queridos; proceded con amor, como el Mesías os amó hasta entregarse por vosotros a Dios como ofrenda y sacrificio de aroma agradable.” Y a los Corintios les decía: “Anunciando la Buena Noticia yo os engendré para el Mesías. Os recomiendo, pues, que me imitéis.” (1Co 4:16 PER). Sin embargo, cuando Pablo pide que lo imiten, está pensando en su propia responsabilidad de ser imitador de Cristo. En 1 Corintios 11:1 dice: “Imitadme a mí como yo imito al Mesías.” A los discípulos de Tesalónica, Pablo les dice: “vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo el mensaje con el gozo del Espíritu Santo en medio de grave tribulación; hasta el punto de convertiros en modelo de todos los creyentes de Macedonia y Acaya” (1Th 1:6-7 PER). Al ser imitadores de Cristo nos volvemos modelo para otros creyentes de seguimiento de Cristo.

La labor de la iglesia es la de ser luz a las naciones, no tan solo indicando lo que se debería hacer, sino además siendo ejemplo de cambio para los demás por medio del seguimiento e imitación de Cristo.

Nuestra misión

Cada creyente es parte de esta gran comisión. Cada miembro de la congregación es responsable del cumplimiento del mandato de proclamar las buenas nuevas y de discipular a los nuevos creyentes.

Sin embargo, sólo en la medida en que sabemos trabajar en equipo, somos capaces de llevar el mensaje de Jesucristo a muchas más personas y con un mayor grado de efectividad de lo que podríamos hacerlo yendo de manera individual.

Entonces, si bien es necesario que cada uno sepa ser imitador de Cristo, es muy importante también que cada creyente aporte con los dones que Dios le ha dado para la expansión del Reino de Dios. Nuestra responsabilidad primordial entonces es servir en nuestro propio ministerio con excelencia, como para el Señor (Col 3:23; 1 Co 10:31).

Cada creyente ha recibido de Dios determinados dones y talentos que le permiten servir con amor y excelencia al Señor por medio de la Iglesia local. Estos dones que hemos recibido tienen como objetivo el crecimiento de toda la congregación. Efesios 4:16 dice: “Y por Cristo el cuerpo entero se ajusta y se liga bien mediante la unión de todas sus partes; y cuando cada parte funciona bien, todo el cuerpo va creciendo y edificándose en amor.”

El descubrimiento de nuestro don y el uso del mismo para la edificación de los hermanos, es nuestra primera responsabilidad.

El ejemplo de la Iglesia primitiva

Vemos en el libro de Hechos 6:1-7 el primer ejemplo de distribución de las labores de la iglesia entre los creyentes. Los apóstoles habían estado dedicándose a las tareas de la iglesia a tiempo completo. Es evidente que Pedro y los otros doce, con mucho amor, estuvieron dispuestos a servir en las labores administrativas de la congregación. Sin embargo, este no era su fuerte. Además, en la medida que la iglesia iba creciendo, se hacía cada vez mayor el trabajo administrativo lo cual dejaba muy poco tiempo para la predicación de la Palabra de Dios. Al cabo de varios meses, el cuadro era dramático:

  1. La predicación estaba siendo desatendida
  2. Los pobres de la iglesia estaban siendo mal atendidos.

Es por esta razón que ellos ven necesario buscar a otros creyentes que puedan hacerse cargo de aquellas labores con excelencia. Dicen los doce, reunidos en asamblea con la Iglesia: No está bien que nosotros desatendamos el mensaje de Dios por servir en la administración.

No estaban menospreciando las labores administrativas, sin embargo, nadie podía exponer mejor que ellos aquel mensaje acerca de Jesucristo pues lo conocían de primera mano. Era mejor permitir que quienes tuviesen el talento necesario se hicieran cargo de la labor de manera efectiva, mientras ellos se dedicaban a hacer lo que sabían hacer muy bien. Esto permitió que la iglesia pudiera fortalecerse y crecer.

Para nuestra reflexión:La turtuga y la liebre

Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron correr una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia. La liebre largó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible.

Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.

Pero la historia no termina aquí…
La liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen vencido. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia.
Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.

Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.

Pero la historia tampoco termina aquí…
Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba «¿qué hago ahora?», la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.

Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.

Pero la historia tampoco termina aquí…
El tiempo pasó y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción de aquella que habían experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales.

Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos.

Preguntas para reflexionar

  1.  ¿Qué actitud está detrás del afán de la liebre por vencer a la tortuga?
  2.  ¿Qué actitudes fueron necesarias en la tortuga y en la liebre para que pudiesen trabajar en conjunto?
  3.  ¿Podrían encontrar algún ejemplo de este tipo de actitudes en la Biblia?
  4.  ¿Cómo podemos aplicar esta historia al trabajo de la iglesia?

Diversidad de ministerios

La Biblia nos menciona que cada persona ha recibido varios dones para provecho de la Iglesia. Es en esa área en la que mejor podemos aportar a la congregación. No aportar con nuestro talento al crecimiento de la Iglesia, sería casi como robarle a la congregación el regalo que Dios le dio a través de nosotros.

Además es nuestro deber ejercitar nuestro don de tal manera que cada vez podamos ser aún más efectivos en el trabajo que estamos desempeñando para bendición de la Iglesia

Supongamos que pudiésemos contabilizar la cantidad de efectividad que tenemos en cada don. El total de nuestra efectividad es 20. Sin embargo, esta se halla distribuida entre los varios dones que poseemos.

En el servicio: 8

En la evangelización: 2

En la generosidad: 4

En la enseñanza: 3

En el don de sabiduría: 3

Ahora, como somos conscientes de que aventajamos con mucho a nuestros hermanos en la fe en lo referente al servicio mientras que, en las otras áreas estamos muy por debajo de la mitad, decidimos enfocar todo nuestro esfuerzo en fortalecer aquellas áreas más débiles de nuestro ministerio. El resultado podría ser algo parecido a esto:

En el servicio: 4

En la evangelización: 4

En la generosidad: 4

En la enseñanza: 4

En el don de sabiduría: 4

Como nos hemos descuidado de nuestro don más importante, con el fin de fortalecer a los otros dones, este ha empezado a debilitarse. Ahora, nuestro servicio es mediocre en todos los aspectos.

Si por el contrario, buscamos fortalecer aquello en lo que somos mejores tal vez pase lo siguiente:

En el servicio: 10

En la evangelización: 2

En la generosidad:  3

En la enseñanza:  3

En el don de sabiduría:  3

Es muy probable que nuestras áreas más débiles se mantengan igual, sin embargo, podremos aportar a la iglesia con un don en el cual somos verdaderamente efectivos y en el cual nadie podrá hacerlo mejor que nosotros[1].
Actividad

Tome un conjunto de varios platos (5) e intente ponerlos a girar a todos a la vez.

Ahora busque a cuatro personas que le ayuden a poner a girar los platos.

  • ¿Cuál de los dos le resultó más fácil?
  • Quienes estuvieron observando al principio y luego participaron, ¿cuándo se sintieron más a gusto?
  • Mientras tu hacías todo el trabajo y los demás observaban, ¿cómo te sentiste?

En una iglesia en la cual todos trabajan en todo con todo los dones que tienen -y aun con los que no tienen-, tendremos que el nivel de efectividad de dicha iglesia no será mayor de 4 puntos, es decir su trabajo será mediocre en todos los aspectos. Será como cuando una sola persona trata de mantener girando diversos platillos a la vez. Hasta que logre poner a girar los últimos, los primeros ya estarán por caer. Cuando pone a girar los primeros, los últimos ya está perdiendo la viada. Es mejor enfocarse sólo una actividad y hacerla bien que hacer muchas mal hechas.

Por otra parte, una iglesia en la cual cada creyente trabaja en aquello en lo cual es efectivo, es decir en el uso de su don y se dedica a fortalecerlo, desarrollo un nivel de efectividad de 10, es decir realizará un trabajo excelente, suma de los trabajos efectivos de cada creyente.

Para nuestra reflexión:

Escribe una lista de todos los dones que aparecen en el Nuevo Testamento según los textos de: Romanos 12:4-8; 1 Corintios 12: 8-10, 28; Efesios 4:11; 1ra Pedro 4:10-11. Revisa cuáles se repiten y cuales no.


[1]    Tal vez sea necesario aclarar que aunque nuestra prioridad debe ser la de fortalecer nuestro don más importante, no obstante esto no significa que dejemos completamente de lado los demás dones y talentos y más aún cuando se trata de cualidades que se solicita a todos los creyentes como la generosidad o la hospitalidad.


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