Caravaggio y la cena de Emaus


Estamos sentados justo frente a Jesús. Delante de nosotros se halla la mesa y sobre ella un cesto de frutas que caprichosamente proyectan sobre el mantel la sombra de un pez. Aquel cesto pareciera ser el nexo entre nosotros y aquel cuadro. Es como si la mesa de prolongase hasta nosotros y el cesto estuviese colocado entre ambos mundos. A nuestra derecha están el pan y el vino.

A nuestro lado izquierdo tenemos a Jacobo. Asombrado y apoyándose sobre los brazos de la silla mira al maestro a quien acaba de reconocer. A nuestra derecha se encuentra Pedro, abierto los brazos y mirando perplejo a Jesús. Jesús mira los elementos y los bendice antes de compartirlos. Su rostro y facciones son los de un pastor, así como los de Jacobo y Pedro son  los de trabajadores.

Como observador neutral el posadero mira la escena sin entender lo que está pasando en ese momento. Su sombre se proyecta sobre la pared.

Nosotros en medio de los dos apóstoles podemos presenciar uno de los eventos más importantes de la iglesia primitiva. El resucitado se nos presenta directamente.

Como emergiendo de la oscuridad, el maestro se inclina hacia adelante para celebrar la santa cena con sus dos discípulos.

Pedro como símbolo viviente extiende sus manos a manera de crucifixión y logra de este modo, conectar –con aquella cruz- las tinieblas de detrás del maestro con la luz en la cual ellos ahora se hallan.

El posadero que no conoce lo que sucede, se halla aún un paso detrás del maestro y con su sombra perdiéndose en la oscuridad.

La Santa Cena se halla envuelta en este cuadro de Caravaggio en medio de toda la carga simbólica que posee. Aquella cena no sería nada de no haber culminado Cristo con su obra. La cruz es el camino que nos rescata de las tinieblas de este mundo. No podemos perder de vista esta realidad. No hay santa cena ni ritual que valga si antes no recordamos que la cruz es el camino para la glorificación.

Cristo comparte aquel alimento espiritual con nosotros como si se tratase de un pastor que comparte con su rebaño.  Se trata del Buen Pastor. No sólo ha dado un buen discurso sobre cómo ser un Buen Pastor sino que ha demostrado con hechos ser aquel buen Pastor.

Cristo consagra los elementos para compartirlos con sus discípulos. En la antigüedad el sacrificio realizado a cualquier divinidad era repartido: una parte se consumía por el fuego y otra era engullida por la persona que ofrecía el sacrificio. Esto tenía un significado en particular. Sacrificio significaba “hacer sagrado”, por lo cual, al ingerirlo, el sacrificante se consagraba a sí mismo. En esta escena y en cada santa cena que celebramos, por medio de este ingerir el cuerpo y la sangre espirituales de Cristo, estamos siendo consagrados nuevamente. Nos hallamos compartiendo con Dios un alimento espiritual que nos renueva.

En el cuadro tanto Jacobo como Pedro y nosotros nos hallamos más delante de Jesús, en la esfera de los alimentos sagrados, nos hallamos en la esfera de influencia de Jesucristo. Somos el fruto de su obra en la cruz. Somos parte de la iglesia de Cristo a la cual Él alimenta y cuida. Por el contrario el posadero que no entiende ñp que está pasando se halla por detrás, en las tinieblas del mundo dado.

Toda la diferencia es marcada en este cuadro por medio de la figura de Cristo. Es por medio de él que hemos podido salir. Es así como Caravaggio nos insta a centrar nuestra mirada en el maestro. En Jesucristo nuestro Señor.

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