Del egoísmo al servicio


Seguramente habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dadapara con vosotros, pues por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente. Al leerlo podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo.

… fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la acción de su poder.

Efesios 3:2-4, 7

 Se cuenta que en medio de una batalla uno de los soldados que peleaba perdió de vista a toda su tropa. Desorientado y confundido se acercó al general y le preguntó con voz tímida dónde debería entrar. El general encolerizado le respondió: ¡nos hallamos en medio de una guerra, en todas partes necesitamos soldados que defiendan nuestra causa y usted pregunta dónde entrar! Entre dondequiera que por igual será muy útil.

Así como en los tiempos de guerra, un soldado es valioso por el sólo hecho de estar presente, en el caso del creyente, su sola presencia y disposición pueden marcar la diferencia respecto del futuro de la misión de Dios de transformar toda la creación.

Pablo era consciente de esto y su servicio y militancia fueron una de las armas más importantes del primer siglo para la causa del evangelio. No estamos hablando de un desocupado. Hablamos de un comerciante que vivía de la producción y venta de carpas. Sin embargo, este soldado de Cristo puso a disposición del evangelio sus conocimientos, sus habilidades su trabajo y su tiempo. Donde iba encontraba a sus proveedores y a sus compradores y a unos y otros hablaba de las buenas nuevas de Cristo. Cuando cayó preso no se amilanó. Él sabía muy bien que en una batalla el enemigo es capaz de hacer todo lo posible por ver caer a sus adversarios más peligrosos. Nuestro enemigo así lo hizo con este servidor de Cristo. Pero lejos de desanimarse, quedarse lamentando su situación o sentir que Dios se había olvidado de él, Pablo consideró esta circunstancia una nueva oportunidad para el evangelio. Desde la cárcel predicó por medio de cartas. Lideró y guió a su iglesia por medio de emisarios. Predicó el evangelio a sus captores. Y cuando se supo en presencia de la máxima autoridad de la región no perdió tiempo defendiéndose sino que aprovechó el momento para predicar de Cristo.

Un soldado de Cristo, sabe que donde Dios lo lleve es un buen lugar para predicar el evangelio. Un soldado de Cristo está demasiado ocupado siendo y dando testimonio como para preguntarse por el día de mañana. Sabe que su general está pendiente y cuida de él.

Sin embargo, hoy en día parece que nos enfrentamos a un enemigo muy poderoso y que sabe introducirse en las filas de la iglesia y atacar furtivamente a sus tropas. Delicadamente, sin mayor notoriedad se adhiere a los creyentes y los impulsa a condicionar su servicio a Dios a ciertas demandas previas. Pablo, dice en una ocasión nada exigí de ustedes aunque el obrero es digno de su salario. Hoy por hoy, tal vez muchos no exijan a Dios algo a cambio por su servicio, pero siendo conscientes de que no recibirán cierto tipo de beneficios por su labor, optan por excusarse. Este enemigo tan mortal para la iglesia se llama egoísmo. El escritor y humorista inglés Israel Zangwill decía: “El egoísmo es el único ateísmo verdadero y el desinterés, la única religión verdadera”. Una vez que el egoísmo se adhiere a un creyente, éste ha cambiado de religión aunque siga asistiendo a la misma iglesia hasta el final de sus días.

Pablo se nos presenta en los versículos 2 al 4 como un ejemplo para imitar si deseamos ser sanados del egoísmo que nos corrompe.

Para Pablo, el ministerio que ejerce es por gracia de Dios.

Lo primero que enseña Pablo a su iglesia es que el ministerio en que servimos es un don de Dios. La gracia del Señor no se manifiesta sólo en las respuestas afirmativas a nuestras oraciones sino también en los dones y talentos que nos ha dado y en la posibilidad de usarlos para la gloria de Dios. Cuando entramos a servir a Dios en algún ministerio la gracia de Dios empieza a operar en nuestra vida, en nuestra familia y a todo nuestro alrededor. Tal vez nos equivoquemos en principio acerca del ministerio que debemos realizar para el servicio de Dios. Pero de todos modos, mientras Dios nos va guiando hasta encontrar el ministerio que hemos recibido de Dios, su gracia sigue sobre nosotros. Sirviendo, pasamos a una dimensión de gracia diferente. Estamos recibiendo bendiciones que de otro modo no podríamos recibir. Estamos viendo a Dios de un modo que ni el mejor sermón podría explicar. Estamos en comunión con Dios de un modo que sólo es posible cuando con un corazón agradecido trabajamos para el Señor.

Si entendemos un ministerio como una obligación, como una simple responsabilidad o como un trabajo indeseado, lo más probable es que no descubramos esa dimensión de gracia por medio de la cual Dios nos quiere guiar. Si entendemos el ministerio, el servicio a Dios como una manifestación de la Gracia de Dios podremos ir viendo paulatinamente como Dios va obrando en gracia en nuestras vidas.

Pablo comprendió esto y una y otra vez va declarando que la labor que realiza es por la gracia de Dios. En ocasiones se fatiga pero en ese trabajo que realiza entre fatigas, Pablo halla la gracia divina.

Podemos evadir el cansancio, la fatiga y el desaliento que en ocasiones puede acompañar el ministerio, pero así mismo, estamos evadiendo la gracia, el amor y la misericordia que acompañan dicha labor.

Un jugador de fútbol puede evadir el trabajo físico extra y contentarse con lo que el grupo realiza. Puede evadir ciertos encuentros que considera muy duros y concentrarse en competir contra los equipos más fáciles de ganar. Sin embargo, al hacerlo, evadirá también la posibilidad de obtener una gran victoria, de llegar hasta una final, de conseguir un trofeo o una medalla. Así con el ministerio, podemos dejarlo de lado porque tenemos muchas responsabilidades, pero a su vez perdemos muchas bendiciones que acompañan al servicio a Dios.

Para Pablo, el ministerio que ejerce es compartir la Gracia de Dios.

Lo segundo que podemos ver en la forma de llevar el ministerio por parte de Pablo es que él considera que su trabajo es sencillamente compartir la gracia que Dios le ha dado.

En cada ministerio hay algo de verdad en esto. Cada ministerio, labor o función que desempeña un creyente para la gloria de Dios, puede ser un canal de bendición para los demás. Cuidar de los niños en la sala cuna permite que otros reciban el alimento espiritual. Dar clases a un grupo de pequeños permite que familias enteras sean bendecidas por medio de la Palabra que es transmitida por medio de aquellos pequeños. Aquel que limpia la iglesia para la gloria de Dios lo hace de tal modo que permite que seamos edificados en día domingo en medio de unas instalaciones bien arregladas.

La persona que nos recibe en la puerta, y aquello que lleva la contabilidad, quien se hace cargo de los niños y quien evangeliza en la calle, aquel que decide orar todos los días y quien desarrolla el ministerio de visitación, etc., todos ellos llevan gracia en su trabajo. Todos ellos reciben de Gracia para dar de Gracia.

Cuando dejamos de dar de gracia para dedicarnos solamente a recibir, el resultado es triste: la gracia en nuestro propio corazón empieza a secarse. Es por ello que se nos vuelve tan necesario dar de gracia.

Para Pablo, e ministerio que ejerce es por el poder de Dios.

Si sólo contásemos con nuestras fuerzas para cumplir con el ministerio que Dios nos ha encomendado, el resultado sería un terrible agotamiento físico y espiritual. Por el contrario, Pablo hallaba fuerzas sobre humanas para su labor en el poder de Dios. Toda labor o ministerio que Pablo lo realiza lo hace en función del poder que Dios le da. Las tempestades que podemos enfrentar sirviendo a Dios podemos sobrellevar cuando el poder de Dios está en nosotros. Es por ello que no debemos dejar de estar en comunión con Dios de tal manera que podamos realizar las labores que Dios nos encomienda fortalecidos con su poder. Moisés, no era un buen orador. Tenía muchos inconvenientes para la labor de líder. Pero ese no era el mayor problema. El pueblo que debía guiar era desordenado, quejumbroso, malagradecido, murmurador, entre un sinfín de peros. De todos modos, Moisés pudo guiarlos hasta la tierra prometida, no porque fuese un gran líder sino por la gracia de Dios y el poder de Dios que lo acompañaban. En ocasiones en ministerio nos puede enfrentar a situaciones muy difíciles de resolver, quizás imposibles. Pero el poder de Dios en nuestras vidas nos da las fuerzas para vencer cualquier adversidad que se presente en nuestro camino.

Para Pablo, el ministerio que ejerce tendrá su justa retribución.

Pablo dice algo más en 1ra Corintios 15:58: “manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano.

Pablo es consciente que cada labor que realizamos para el Señor tiene su retribución. No hay actividad en el reino de Dios que no sea compensada por la misericordia de Dios. No hay labor que realicemos en pro del progreso de la obra de Dios que no reciba su bendición.

Pablo dice esto no como hablando con gente que no conoce esto, les hablaba a personas que tuvieron la oportunidad de servir al Señor y recibieron de Él bendición tras bendición. Eran personas que conocían la retribución de Dios para aquellos que le servían. Es por ello que les anima a seguir creciendo en la obra del Señor. Trabajando más y más en sus ministerios siendo conscientes de que aquel trabajo no quedará sin recompensa.

Así pues, dejemos de lado el egoísmo y sirvamos a Dios con nuestros dones y talentos. Demos de Gracia aquello que hemos recibido de Gracia, sirvamos y seamos de bendición porque Dios no olvida la labor que realizamos para Él.

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