Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle.
Si hay algo que resulta paradójico en estas palabras del Apóstol Pablo es la afirmación de que los judíos en Jerusalén habían estado leyendo por generaciones las Escrituras, las mismas que señalaban el nacimiento de Jesucristo y que, sin darse cuenta, al llevarlo a la muerte cumplían con las profecías que con ahínco leían.
La Palabra de Dios no puede dejar de cumplirse, pero nosotros podemos volvernos ciegos a su cumplimiento aun cuando la leamos todos los días. Esto es lo que le había pasado al pueblo de Israel y esto es lo que nos puede pasar a nosotros.
La espiritualidad bíblica se enfoca en una comunión con Dios que debe ser avivada constantemente. No hacerlo trae consigo el legalismo, el dogmatismo y el racionalismo. Es decir, a medida que vamos descuidando la relación con Dios, esta empieza a convertirse en una serie de doctrinas muertas y normas sin sentido que aprietan y asfixian cada vez más nuestra comunión con Dios. Hay muchos que han dejado de buscar a Dios y afirman su fe en el cumplimiento de una serie de ritos y tradiciones específicas. Hay quienes han dejado de lado su relación personal con Dios y la han cambiado por una serie de definiciones y teorías acerca de Dios que, lejos de hacerlos descansar en la gracia de Dios, los vuelve tan fundamentalistas como aquellos que exigen a las mujeres vestir falda en las iglesias.
Hay quienes han levantado nuevos fariseísmos en la Iglesia contemporánea que lo único que buscan es cumplir con normas que suplantan la relación íntima con Dios. Hay quienes en la actualidad han fortalecido los saduceísmos en la Iglesia al redefinir su relación con Dios en términos de una simple tradición de fin de semana sin mayor relevancia para el resto de nuestras vidas.
Tanto uno como otro extremo caen en el error de los judíos de los que habla Pablo: una religiosidad que se contenta con las normas o con los dogmas pero que deja de lado la relación íntima, personal, emocional con Dios.
Decía alguien que el dogma es la petrificación de la experiencia con Dios. Si Dios se manifestó a cierto lugar, no buscamos al Dios que se hizo presente en ese lugar, sino que nos instalamos en aquel lugar en la expectativa de que vuelva a aparecer.
Si pudimos experimentar la presencia de Dios levantando nuestras manos, hacemos dogma del levantar las manos como único modo de encontrar a Dios. Si nos arrodillamos y en esa posición Dios se nos hizo real en nuestras vidas, hacemos norma para todos el arrodillarse como forma de descubrir a Dios. No digo que esté mal levantar las manos o ponernos de rodillas, no obstante, lo más importante no es el lugar, la posición de nuestras manos o nuestras piernas, lo más importante es el encuentro personal con Dios.
El espíritu sopla donde quiere, decía Jesucristo y nosotros no podemos encasillar el modo en el que Dios desee manifestarse en nuestras vidas. No son las normas y los dogmas lo más importante de la fe cristiana sino el hecho de que podamos tener un encuentro personal con el creador y que este encuentro no depende de determinadas disciplinas o de determinados esquemas religiosos, depende de la libre y graciosa voluntad de Dios.
Quienes más obstinados estuvieron en su oposición a la posibilidad de que Dios se haya hecho presente en la persona del carpintero de Nazaret fueron los que más aferrados estuvieron a los dogmas, normas y estatutos de la religión judía. Quienes más abiertos estuvieron a la posibilidad de que Dios se haga presente en una aldea de la periferia palestina fueron quienes anhelaban un encuentro personal con Dios y no esquemas doctrinales, dogmas y normas que establezcan un recuerdo de cómo Dios pudo haberse hecho presente en alguna época lejana.
Quizás nosotros necesitamos hoy en día un poco más dejar a Dios ser libre de presentarse como él quiera y donde él quiera y nosotros mismos dejar de aferrarnos a lo que pudo haber sido el obrar libre de Dios en el pasado y esperar que en su misericordia se nos haga presente en el hoy, como Él quiere y donde Él quiera.
Autor: Pablo Morales Arias
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