La Pandemia y la Depresión


La pandemia fue un evento que no esperábamos y que ha desencadenado una serie de transformaciones sociales que van desde las formas de relacionarnos con nuestros semejantes hasta las formas de trabajar o ir a la iglesia.

Junto con las nuevas circunstancias que han ido surgiendo, se ha dado además un incremento de los trastornos en la salud mental de la población mundial. La Organización Panamericana de la Salud planteaba en un artículo que nos encontramos ante “una crisis de salud mental sin precedentes en América por el aumento de estrés y del consumo de drogas y alcohol durante las restricciones de movilidad”.

Los trastornos mentales, no son solo aquellos que comúnmente asociamos a hospitales psiquiátricos, sino que incluyen emociones como la depresión, angustia o el estrés. En este sentido, es evidente que los trastornos mentales son un problema que a muchos de nosotros nos han afectado en algún momento de nuestra vida.

Por lo general contamos con los elementos emocionales y sociales para sobrellevar estos trastornos y salir adelante. No obstante, en algunos casos necesitamos del apoyo de profesionales o incluso fármacos para superar nuestro malestar emocional.

Muchos estudios demuestran que las personas que manifiestan fe en Dios logran sobrellevar mejor las circunstancias desencadenantes de estos trastornos. No obstante, no significa que no se sientan afectados por los mismos.

La preocupación es un aspecto casi instintivo del ser humano que le ha servido por miles de años para sobrevivir sabiendo afrontar las adversidades de su entorno. Pero es el sentirse abrumado por la multitud de escenarios negativos lo que termina llevando a las personas a la angustia y la depresión.

A menudo, lo que desencadena este tipo de crisis emocionales se debe precisamente a las mismas convicciones de la persona. Así, por ejemplo, una persona que ha desarrollado una fe en Dios en el sentido de que “nada malo puede pasarme porque estoy con Dios” puede enfrentar profundas crisis emocionales al descubrir que no es inmune a los problemas del resto de las personas y que se contagia de la enfermedad o es despedido de su trabajo. En ocasiones las convicciones de la comunidad de fe al que pertenece pueden desencadenar angustia y depresión. Por ejemplo, cuando a las circunstancias del momento -un despido, una enfermedad, un conflicto familiar- se añade la culpa impuesta por los líderes de la comunidad que lo acusan de ser el responsable de sus males pues, “si no estuviera en pecado no le iría mal”. Así pues, a los problemas propios de una crisis global que sufrimos todos, en algunos casos, se añade la culpa que es impuesta por pastores, sacerdotes o la misma comunidad de fe.

La pandemia nos ha enseñado lo relevante de una fe madura, lejos de los legalismos de muchas congregaciones que enjuician la falta de fe de quienes no quieren asistir a las reuniones presenciales y también lejos de los discursos de autosuperación disfrazados de fe que se predica en muchas otras iglesias.

Ser creyentes no nos libra de los problemas que vive el resto de la humanidad, como lo podemos ver en la misma Biblia cuando, por ejemplo, Pablo sufre una enfermedad (un aguijón en la carne) a pesar de ser apóstol de Jesucristo. Sabemos que nuestra comunión con Dios no se rompe por el hecho de que nos veamos afectados por un despido o una enfermedad. De hecho, muchas veces en estos momentos es donde nuestra fe puede fortalecerse aún más. Sabemos además que la labor de la congregación no es la de enjuiciar al pecador sino de acogerlo en su seno para ayudarlo a encontrar a Dios en estos momentos difíciles.

Finalmente, creer que por el hecho de ser creyentes no podemos ni debemos sentir depresión o angustia, es no reconocer la propia naturaleza humana e imponer en los creyentes una dura y pesada carga. Job sintió una profunda depresión y angustia en medio de su prueba. A tal punto que dijo: “¡Maldito sea el día en que nací! Maldita la noche en que anunciaron: ‘¡Fue niño!’” (Job 3:3). Pablo sintió desfallecer ante una gran tribulación que tuvo que pasar. Dice él mismo: “pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida” (2 Corintios 1:8 TLA). Y, finalmente, el mismo Señor Jesús sintió angustia en el Getsemaní de tal modo que les dijo a sus discípulos: “Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte. Quédense aquí y velen conmigo” (Marcos 14:34 NTV).

Las circunstancias que estamos viviendo pueden hacernos sentir desfallecer, pero nuestra actitud debe ser la de hacerles frente con la fe puesta en Dios. La paciencia cristiana tiene que ver con saber enfrentar los problemas -y no con evadirlos pensando que como creyentes no podemos pasar por problemas-. Al final saldremos victoriosos sean cuales fueren las circunstancias.

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