Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las criadas del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose junto al fuego, le dijo: «¡También tú estabas con Jesús el nazareno!» Pero Pedro lo negó, y dijo: «No lo conozco, ni sé de qué hablas.» Y se dirigió a la entrada. En ese momento cantó el gallo. Pero la criada volvió a verlo, y comenzó a decir a los que estaban allí: «¡Éste es uno de ellos!» Pedro volvió a negarlo. Pero poco después los que estaban allí volvieron a decirle: «La verdad es que eres uno de ellos, pues eres galileo.» Pedro comenzó entonces a maldecir y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre, del que ustedes hablan!» En ese mismo instante el gallo cantó por segunda vez. Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres veces.» Y al pensar en esto, se echó a llorar. (Mar 14:66-72)
La juventud es impetuosa e incluso atrevida suelen decir las personas de mayor edad. Aun cuando es una generalización, a veces esto es cierto. Lo que lleva a la juventud a ser impetuosa es su desconocimiento de sí mismos, de sus capacidades y de los desafíos que deberán enfrentar. Es con el tiempo y a medida que afrontan las dificultades de la vida que las personas van descubriendo que todos los proyectos que se habían planteado se van cayendo y que la autoimagen que tenían se va aclarando.
En el caso de Pedro nos encontramos con una persona joven espiritualmente hablando. Su ímpetu lo lleva a desenvainar la espada para defender a su maestro y su atrevimiento llega al extremo de asegurarle a Jesús que moriría con él de ser necesario. Sin embargo, vemos que, en un caso, su ímpetu no estaba acorde con los principios que Jesús les había enseñado. Por otro lado, el atrevimiento de Pedro de creerse capaz de afrontar la muerte por causa de su maestro se viene abajo en el patio de la casa donde llevan al nazareno a ser juzgado. Por tres ocasiones niega a Jesús antes de que cante el gallo y con esto muestra que no era consciente de sus propias limitaciones.
Será luego de la resurrección cuando veremos a un Pedro maduro que reconoce sus falencias y en particular su incapacidad para cumplir con la promesa que le había hecho a Jesús. Es en ese momento que Jesucristo por medio del Espíritu Santo puede obrar para darle a Pedro lo que necesita, no gallardía o un ímpetu pusilánime sino la fuerza del Espíritu Santo.
Muchos de nosotros muy a menudo creemos ser capaces de hacer grandes cosas para Dios, pero la vida nos enseña cuan grandes son nuestros obstáculos y cuan pobres nuestras capacidades. Pero es precisamente cuando reconocemos nuestras debilidades que la fortaleza del Espíritu Santo empieza a obrar en nosotros. Bien haríamos en reconocernos débiles delante del Señor en todo momento y buscar siempre su fortaleza para toda nueva obra. Sólo de este modo podremos decir no a nosotros sino a su nombre sea dada toda gloria.
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